Desde sus inicios, Israel enfrenta un trilema fundacional que condiciona no sólo su devenir y el de sus vecinos, sino en buena parte, la política exterior occidental en general y la norteamericana en particular en ese delicado y estratégico lugar del mundo. Éste no es otro que la pretensión de Israel de ser un hogar nacional judío, un estado democrático de derecho y simultáneamente mantener su dominio sobre la población palestina y los territorios que la habita.
Uno de los pecados estructurales europeos siempre fue el antisemitismo. El problema no es que esto constituyera parte, más o menos, del discurso habitual de ciertas élites a lo largo de los siglos, el problema es que el antisemitismo tenía prestigio y acabó, como es bien sabido, en el horror de un apoteósico delirio final, la Shoá. El sentimiento de culpa tras la II G.M. y su permanencia en el imaginario colectivo occidental estuvieron detrás de la creación del estado de Israel en 1948 explicando, hasta cierto punto, la posición de adhesión inquebrantable que muchos países -cada vez menos- exhiben hacia la política de Israel, haga lo que haga; Alemania y EE.UU. principalmente, aunque por razones diferentes.
El viejo conflicto actualizado.
Tras los salvajes atentados del 7 de octubre de 2023 vino la respuesta israelí sobre la franja de Gaza atrayendo, de nuevo, la mirada del mundo ante un problema geopolítico heredado desde hace ya 75 años. Un viejo conflicto a la luz de un mundo en plena reordenación estratégica multipolar en el que ya no sólo juegan simultáneamente los diversos actores tradicionales sino al que se ha unido China y su interés geoestratégico por asegurar tanto sus vías de comunicación como erosionar el ya de por sí declinante poderío norteamericano.
EE.UU. vislumbraba desde el último año de la presidencia de Trump y hasta los atentados de octubre un futuro de cierta estabilidad, si bien muy endeble como los hechos han demostrado, en el que merced a los Acuerdos de Abraham consiguiera una esfera de cooperación entre diferentes actores árabes (principalmente Arabia Saudí) con Israel aislando a Irán y a todos sus proxis en la región. De esta forma el problema palestino que no se pretendía en modo alguno solucionar, se cronificaría en baja intensidad -los gazatíes aislados en la mayor cárcel del mundo a cielo abierto, los cisjordanos de la Autoridad Nacional Palestina habitando un territorio fragmentado por una miríada de asentamientos israelíes- pudiendo volver su mirada y toda su energía hacia China y el espacio Asia-Pacífico.
Esta pretensión adolecía de una debilidad estructural patente y es que si las élites de los países árabes en un mundo en transición veían posible y hasta deseable la colaboración con Israel, pese a que el dinosaurio del conflicto palestino siguiera ahí, las poblaciones que los integran no es que fueran unánimemente pro-palestinas es que son furibundamente anti israelíes, y si es cierto que los países árabes no son democracias -y si lo son, como Marruecos, de muy baja calidad- la probabilidad de que nuevas y más virulentas “primaveras árabes” desestabilizaran sus gobiernos era más que una certeza si no se congelaban estos acuerdos caso de que reavivara el conflicto palestino-israelí; como sucedió.
El 7 de octubre de 2023 como resultado de un catastrófico error de inteligencia en cadena, Israel sufrió el mayor ataque en décadas. El primer ministro Netanyahu último responsable político de este error desencadenó una operación militar de enorme envergadura para acabar con los autores de tan criminal atentado, los militantes de Hamas, facción palestina gobernante en Gaza bajo el auspicio iraní. Acción que no sólo continua hoy en día sino para la que, además, no se vislumbra salida política alguna como atestigua la propia dimisión el 9 de junio de 2024 de Benny Gantz, ministro de defensa israelí, líder de un partido en coalición gobernante. Gantz exigió en un ultimátum al primer ministro, un plan de estabilización político para la franja más allá de las operaciones militares, plan que Netanyahu siempre se ha negado aceptar.
Las fuerzas de defensa israelíes en su afán por acabar con Hamas han arrasado literalmente la pequeña franja de Gaza, terreno de apenas 360 km2 en el que malviven casi dos millones de personas. No es objeto de este análisis evaluar la respuesta israelí y sus consecuencias sobre el terreno ni la de población palestina, sino sus consecuencias geopolíticas.
La primera víctima de esta nueva fase eruptiva del conflicto fueron los Acuerdos de Abraham, como no podía ser menos. La segunda, la activación de los proxis iraníes en la región, como Hezbolá en el sur del Líbano o los rebeldes hutíes en Yemen atacando al tráfico mercante en Bab al Mandeb, la Puerta de las Lágrimas, el estrecho entre Yemen y Yibuti (donde China tiene una base naval desde la que controla este estrecho a la par que proyecta sus operaciones en África) que permite el acceso al Mar Rojo y el Canal de Suez, uno de los ejes comerciales más importantes del mundo con alrededor del 15% del comercio marítimo mundial, y el 12% del comercio petrolero . Tal vez es en este escenario donde más se ha patentizado hasta donde ha llegado la pérdida de capacidades y de influencia de EE.UU. y sus aliados, pues las operaciones de castigo contra las bases hutíes que se vienen realizando desde enero no solo no han acabado con esta insurgencia apoyada por Irán, sino que por el contrario han logrado que los ataques contra el tráfico marítimo hayan aumentado.
Pero lo que no era previsible, ha sido el alcance del propio conflicto en el seno de EE.UU. En Washington, en plena carrera electoral, se observa el conflicto en un abanico que va desde el apoyo militar y político a Israel (aunque no tan incondicional como se cree…) pasando por la frustración de sus élites por su incapacidad de influir en la política israelí a favor de una solución estable y duradera hasta llegar a la estupefacción de asistir a la insumisión cada vez más creciente de amplios sectores de su población hacia el apoyo que se da a Israel, en lo que no es sino el fracaso de un liderazgo de arriba abajo, de desconexión entre sus élites y la ciudadanía. Las manifestaciones vividas, especialmente en sus campus universitarios, solo tienen parangón con las protestas contra la guerra de Vietnam de los años ‘70 y ha provocado miles de detenidos. En concreto y por su significancia, las impactantes imágenes del desalojo dede la Universidad de Columbia con cientos de estudiantes detenidos, desencadenó una ola de indignación en el ámbito universitario. propagándose por numerosos campus, exigiendo detener el respaldo secular a Israel.
Por cierto, que nada de esto se puede explicar sin la cada vez más influyente presencia de Al Jazeera y el omnipresente de los medios de comunicación alternativos de redes sociales como Tiktok o canales de Telegram frente a los medios tradicionales. La frustración del muy poderoso lobby israelí al respecto es cada vez más acusada pues por primera vez no controlan el mensaje y asisten, inermes, ante el caudal de vídeos que alimentan y condicionan, desde sus celulares, buena parte de la opinión pública norteamericana, la más activa, que observa en tiempo real las acciones del FDI en Gaza y sus consecuencias.
Un trilema que dificulta la búsqueda de una solución justa y real.
Así pues, a mediados del 2024 con la situación enquistada mientras continúan las operaciones militares solo se contemplan cuatro escenarios de resolución (en el entendido de que, para ciertas élites israelíes, la propia continuación del problema es ya de por sí una solución al mismo) al conflicto, cuatro que oscilan desde lo imposible a lo indeseable (desde, obviamente, el punto de vista de la comunidad internacional y palestina). Veamos cuales.
- La solución de los dos estados, uno israelí y otro palestino separado con fronteras reconocidas y viables.
- Un único estado democrático y de derecho que fusione los territorios del actual Israel y los territorios palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén este, y con ciudadanos en pie de igualdad.
- Un único estado judío sobre el actual estado de Israel y los territorios palestinos, de solo población judía y donde la población palestina haya sido expulsada mediante una limpieza étnica.
- Un único estado judío sobre el actual estado de Israel y los territorios palestinos, con una población palestina sometida a un régimen de apartheid.
La primera de las soluciones, la de los dos estados, ha sido siempre la opción preferida por la comunidad internacional y U.N., y desde la que ha trabajado incansablemente EE.UU. dese tiempos de la administración Carter, y que cerca estuvo de conseguirse durante la presidencia de Clinton. Pero Yasser Arafat erró en sus cálculos, el primer ministro israelí Isaac Rabin fue asesinado a tiros por un extremista israelí a su vuelta y desde entonces, las élites políticas israelíes y su ciudadanía han dado por cerrada esta vía, favoreciendo la creación de asentamientos judíos en territorios de la administración de la Autoridad Nacional Palestina y haciendo inviable este territorio como germen de un estado, que nacería rotulado por la presencia de asentamientos e infraestructuras israelíes bajo las que no tendrían jurisdicción. Además, para Israel, la presencia a su lado de un estado palestino que llegara a tener éxito sería considerado como una amenaza potencial, pero… es que la presencia de un estado palestino fallido representaría aún más una potencial amenaza. La solución de los dos estados no va a suceder porque democráticamente, la población israelí haría caer a cualquier gobierno que la propusiera.
La segunda de las soluciones, la de un único estado democrático y de derecho que fusione los territorios del actual Israel y los territorios palestinos y cuyos ciudadanos, independientemente de su origen tengan los mismos derechos, es imposible que se materialice. Y lo es porque, actualmente la población del estado de Israel es de 9.5 millones de los que el 21 % son árabes, árabes -israelíes y si se creara un solo estado que sumara a la población actual en Palestina que es de casi 5.5 millones, el resultado sería que ambas poblaciones serían del mismo tamaño (palestinos y árabes -israelíes frente a judíos) con el agravante de que la tasa de natalidad árabe es superior a la judía, con lo que en pocos años, los judíos serían una minoría e Israel dejaría de ser el hogar nacional judío quedando a expensas de lo que una mayoritaria población árabe pudiera elegir democráticamente.
La tercera de las opciones, la consistente en un único estado judío sobre el actual estado de Israel y los territorios palestinos, de solo población judía y donde la población palestina haya sido expulsada mediante una limpieza étnica, no va a suceder. Es de hecho la opción preferida de los partidos de derecha religiosa israelí que lo manifiestan públicamente, y aunque no lo confiesen directamente, la de muchas de las élites israelíes y buena parte de su ciudadanía; pero los palestinos han demostrado una resiliencia fuera de lo común, y el coste que tendría para Israel iniciar una campaña de expulsión masiva, es algo que no podría permitirse.
La cuarta opción, la de un único estado judío sobre el actual estado de Israel y los territorios palestinos, con una población palestina sometida a un régimen de apartheid, es actualmente, la más probable que suceda. Pero igualmente, no podría sostenerse en el tiempo, las élites israelíes son conscientes del precio reputacional que eso conllevaría, y en la mente de todos está el caso de Suráfrica, cuyo régimen acabó colapsando. Además, de que periódicamente, se verían estallidos de violencia e insurgencia palestina, clamando por sus derechos.
Es el trilema: Si se es un hogar nacional judío y un estado de derecho y democrático, no se puede tener sometida a una población palestina privada de derechos. Si se es un estado judío que tiene sometida en régimen de apartheid a una población palestina, nunca será un estado democrático y de derecho. Y por último, si se es un estado de derecho y democrático que integre a la población palestina, se dejará de ser un estado judío.
Nada en términos políticos es ad ethernum. La solución que llegará dependerá tanto de la imaginación política como de la necesidad, y ésta será el ámbito de la cooperación multilateral que acabe mitigando odios generacionales. Los cambios sociales y geopolíticos junto a los nuevos medios asociados a la tecnología hacen que las guerras de antes tengan costes reputacionales que pocas sociedades pueden permitirse en tiempos globales. Más si éstas son numéricamente pequeñas como la israelí. Llegará el día que el coste de oportunidad de no convertirse en la potencia tecnológica líder de una región estratégica reste más que el reconocimiento de todos con todos. Y llegará, pese a los maximalistas de todos lados, aunque para ello, el eje del mundo haya cambiado su polaridad merced a la llegada de otros actores carentes de compromisos históricos.