El ascenso de China como hegemon mundial

El ascenso de China. Del despertar a la potencia mundial.

 

A finales de los años ’70 y principios de los ‘80, China aún era “el gigante dormido”. La mayor parte de sus ciudadanos deambulaban vestidos con el zhongshan que impusiera Mao y su mayor ambición era poseer una bicicleta. Estaba en vigor la política de natalidad del hijo único por pareja, era un país agrícola y encerrado en sí mismo que atraía a pocos turistas y sus relaciones exteriores se apuntalaban con la diplomacia del panda o del ping-pong. Su ejército, si bien era muy numeroso, no constituía ninguna amenaza, acaso para algunos vecinos como Vietnam; su Armada no era más que una marina de aguas verdes, con muchos patrulleros y submarinos costeros. No es que nadie fuera capaz de citar una sola empresa china, es que no había una sola fuera de sus fronteras apenas relevante y no exportaba nada que no fueran productos agrícolas o de muy poco valor agregado.

En estos, algo más de 40 años que han pasado desde que Deng Xiaoping impusiera sus reformas, el otrora gigante dormido ha experimentado la mayor revolución económica en la historia de la humanidad pasando de ser un país pobre y atrasado para convertirse en una de las sociedades más dinámicas, científicamente avanzadas, económicamente más fuertes y con un ejército tan poderoso que ha posicionado a este país en un claro a hegemon regional y potencial aspirante a mundial.

 

Si la liberalización del sistema económico y apertura al exterior que impulsó el crecimiento económico sin precedentes marcaron las tres primeras décadas de este periodo, esta última década ha estado marcada por la llegada al poder de Xi Jinping.  Desde que asumiera la presidencia en marzo de 2013, China dio un giro a su modelo productivo, cambiando el sistema basado en inversiones y exportaciones por otro que la ha situado a vanguardia mundial en varias áreas como la digitalización, el conocimiento y tecnologías avanzadas como el entrelazamiento cuántico (en 2019 superó a Estados Unidos en materia de solicitud de patentes), desarrollando una política exterior mucho más influyente y agresiva, especialmente en el Mar del Sur de China con algunos de sus vecinos como Japón, Filipinas, y por supuesto Taiwán.

Paralelamente, EE.UU. que desde el fin de la Guerra Fría y el desplome del bloque y estado soviético se había consolidado como la única potencia mundial de un mundo unipolar, ha asistido desde mediados de la década del 2010 a la recuperación de la Rusia de Putin y a la pérdida de influencia en algunas regiones tan importantes como América Latina o a su fin, como en África.

Y en esa misma década, además, el mundo asistió al desplazamiento del centro de gravedad global que hasta entonces vertebrara las relaciones atlánticas entre EE.UU. y Europa hacia el Asia-Pacífico y la emergencia de India simultánea a la centralidad de China en el sistema internacional. La crisis de la hegemonía del eje atlantista en la economía mundial, que tradicionalmente dirigió la civilización capitalista por el Asia -Pacífico es el parteaguas de la unipolaridad y la nueva multipolaridad relativa que pone de manifiesto la imposibilidad de EE.UU. de contener a los nuevos polos de poder emergentes, de los cuales China es su principal expresión; Estados Unidos no encuentra un modo de superación de dicha crisis que además se ve agravado por su incapacidad para poner fin a conflictos que lastran su capacidad de volverse contra China y fijar toda su atención en el Pacífico como son la guerra de Ucrania y el inacabable conflicto palestino-israelí.

China, además, está desarrollando una geoestrategia de “ingeniería inversa” (al modo por cierto con los que ha logrado notables logros industriales y tecnológicos) basada en la reformulación de la “doctrina Monroe” que tanto hiciera por consolidar el poder global de EE.UU. (ver blog de Político Consulting “La doctrina Monroe”.) con los países de Asia, países que por cierto, tradicionalmente, compiten menos por la hegemonía entre sí, como sí los occidentales, prevaleciendo la asociación con la hegemonía.

Todos estos desafíos se están materializando en una suerte de conflicto híbrido a escala global, donde se despliegan diversos niveles y ámbitos de confrontación: desde guerras comerciales y económicas mediante sanciones y bloqueos, hasta disputas monetario-financieras, pasando por guerras de información y tácticas “psicológicas”, además de los conflictos cibernéticos y la guerra por la supremacía tecnológica (con Huawei y el 5G, las “tierras raras” de las cuales China es la mayor reserva mundial o la industria de las renovables y el automóvil eléctrico  como punta de lanza). Y donde por cierto se patentiza cada vez más la ausencia de EE.UU. en conflictos de alta intensidad como el de Azerbaiyán y Armenia en el que intervinieron otras potencias regionales, especialmente Turquía e Irán, o su escandalosa ausencia durante la creciente tensión entre dos socios de la OTAN Grecia y Turquía, en julio de 2020, y en la que hubo de intervenir Alemania para evitar el conflicto.

 

¿Cambio de orden? ¿Nueva Guerra Fría?

 

Se asume como la “maldición de Tucídides”, en referencia a la inversión hegemónica en la Hélade del siglo V a.e.c. que condujo al desastre de La guerra del Peloponeso, que el cambio de potencia hegemónica en el sistema internacional es resultado de una confrontación de ésta con la anterior. La Historia nos ha dado suficientes pruebas de esto. ¿Podría una China como potencia emergente desafiar el statu quo de hegemónico de EE.UU. y caer en la trampa de Tucídides? ¿Podría desatarse una guerra mundial entre las dos potencias por la hegemonía? En realidad, la “maldición de Tucídides” que tantos desvelos causa en Washington corresponde a una dinámica y visión occidental de la historia; el propio Xi Jinping en declaraciones en 2015 adujo no creer  en este concepto. Los estrategas chinos sostienen diversas perspectivas, que se resumen en la noción de que las interacciones entre dos polos, yin y yang, no necesariamente conllevan conflictos, sino que pueden coexistir armoniosamente en un mundo perfectamente equilibrado y es que… desde la perspectiva de Pekín ellos consideran que vuelven a protagonizar la centralidad en la historia mundial que siempre tuvieron y que perdieron tras el ominoso siglo de dominación británica y japonesa y estadounidense.

No obstante, late en las cancillerías y en los observatorios geoestratégicos que la dinámica de confrontación entre China y Estados Unidos está evolucionando hacia una nueva forma de guerra fría en el siglo XXI, caracterizada por la rivalidad económica, geopolítica y militar entre ambas potencias, pero algo mismo tiempo más compleja que la anterior con la Unión soviética, por ser el mundo actual vez más interconectado y multipolar.

Y es que, si los chinos buscan una alternativa militar a la hegemonía Norteamérica, lo es, entre otras cosas, porque ambas son potencias nucleares y los paradigmas que hasta ahora tuvieron validez entre disputas hegemónicas (España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, etc.) desaparecen ante la catástrofe que a ninguno beneficiaría del conflicto nuclear.

 

El asunto de Taiwán.

 

Para China, Taiwán es sólo una cuestión de tiempo y aunque sigue manifestando su preferencia por unificarse con la que denomina como “isla rebelde” mediante métodos pacíficos, nunca ha renunciado al uso de la fuerza. Muchas veces se ha suscitado la posibilidad de una invasión de la isla, pero ¿es esto militarmente viable… y a qué precio…? ¿Y qué escenario debería darse, llegado el caso, para que le valiera la pena a China iniciar una invasión…?

La isla de Taiwán como ente político diferenciado de la República Popular China fue el resultado de la huida de las fuerzas nacionalistas chinas del general Chiang Kai-Shek en 1949 tras perder la guerra civil contra los comunistas de Mao Tse-Tung. Desde entonces la República Popular China, la China continental, no ha cejado en procurar la reincorporación de la isla, hasta hace no mucho tiempo, exhibiendo la doctrina de “un país, dos sistemas” con el que Deng Xiaoping lograra la reincorporación de la colonia británica de Hong Kong expoliada por Su Majestad británica tras las infames guerras del opio (ver blog de Político Consulting “El fentanilo en el centro de la geopolítica”).

En realidad, son muchas las razones especialmente de índole militar por las cuales se considera, es muy difícil que una invasión por la fuerza sucediera, y sólo hay un escenario por la que a China le mereciera intentarlo pese a todas las adversidades.

Hay que destacar es que si es cierto que desde los años ‘90 China ha desarrollado un impresionante programa de modernización militar con especial énfasis en su marina de guerra, llegando incluso a superar a la estadounidense en número de unidades principales de superficie (ya dispone de tres portaaviones de flota y tiene un cuarto de propulsión nuclear en construcción), un desembarco anfibio en fuerza con su consiguiente bloqueo naval a la isla constituiría la operación militar más compleja y arriesgada desde hace muchas décadas, incluso superando en dificultad y riesgo al desembarco de Normandía.

Lo primero que hay reseñar es que, para preparar una invasión de estas características, China habría de lograr superioridad aérea, y no solo local, e iniciar una campaña de bombardeos estratégicos para ablandar las defensas y la supresión de centros de mando y control, desarrollar una guerra cibernética que anulase las defensas de la isla y la aislara,  y acumular tropas y recursos en la costa de muy difícil ocultación y que podrían ser, asimismo objeto de contraataque.

Un vistazo al mapa nos enseña que el brazo de mar que separa no es poco: el trayecto medio entre ambas costas es de 97 millas náuticas, 70 entre los puntos más próximos y eso en un entorno de muy difícil navegación por las condiciones climáticas que soporta por lo que, una flota de invasión cargada de tropas, cientos de miles de soldados se demoraría horas, días en cruzar, con la vulnerabilidad que eso supone aún a pesar de un ingente despliegue de escoltas.

Si aun así una hipotética flota de invasión consiguiera cruzar con unas pérdidas aceptables, se encontrarían con que las costas occidentales taiwanesas, las que miran a las costas de la China continental son aguas someras, de muy poca profundidad cuyo calado no permite un desembarco. Deberían pues rodear la isla y dirigirse a la costa este donde el mayor calado sí permite la maniobra a unidades de gran porte, demorando más tiempo con la consiguiente pérdida de efectivos. Ahora bien, el problema de estas costas son los acantilados que imposibilitan un desembarco de grandes unidades. Hay muy pocas playas y la isla en su conjunto dispone de muy pocos puertos, instalaciones que ante una invasión inminente serían voladas por los propios taiwaneses.

Si a pesar de la lluvia de fuego incesante las fuerzas chinas consiguieran establecer una cabeza de playa lo suficientemente profunda y sólida, el ejército de invasión habría de hacer frente a una complicadísima orografía, montañas con escasos pasos, túneles en su mayoría que serían destruidos por el ejército taiwanés en retirada. Y si aun así consiguieran penetrar, el acceso a Taipéi, la capital, se vería entorpecido por un terreno tan escarpado que no permite la utilización de unidades mecanizadas, por lo que habrían de ser unidades ligeras de montaña que cuando llegaran a los núcleos urbanos, habrían de enfrentar una encarnizada batalla urbana, con el coste tan significativo en vidas y material que conlleva.

 

Una invasión militar china contra un ejército taiwanés dispuesto a defenderse se demoraría probablemente meses y conllevaría una pérdida de miles de miles de soldados chinos, y una pérdida de material ingente que llevaría décadas en reemplazar. Este es el escenario de lograr una victoria, el derrocamiento del gobierno taiwanés y la sumisión de la población, y que ésta no huyera a las montañas y desarrollara una campaña de guerrillas que lastrara efectivos y recursos chinos por años.

Y todo esto sin contar con EE.UU., país aliado de Taiwán y que no ha dejado de anunciar que no va a dejar caer a la isla y que consecuentemente, desplegaría flotas con portaaviones y sus respectivos grupos de combate.

 

Por último, si bien el ejército de la República Popular es muy numeroso y moderno, no deja de ser cierto que es un ejército que carece de experiencia de guerra, pues sus últimos enfrentamientos a gran escala se remontan a muchas décadas y las acciones bélicas han estado localizadas a operaciones de menor porte como la guerra sino-india, sino-vietnamita, la invasión del Tíbet, o escaramuzas en la frontera del Himalaya.

Fuera del ámbito militar, una operación de estas dimensiones consiguiera o no el éxito sería un desastre para la economía mundial ya que el tráfico mercantil en las aguas del mar China meridional se verían indefectiblemente afectadas interrumpiendo la cadena de suministros global en una de las zonas más pujantes comercial, Industrial y tecnológica del mundo, con las consecuencias correspondientes, para China también. Y es que tampoco puede soslayarse el hecho de las acciones bélicas afectarían o tal vez destruirían a una de las fábricas más importantes y únicas del mundo, la TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited), la empresa que fabrica los componentes y semiconductores de última generación y que se encuentran en los dispositivos electrónicos más avanzados del mundo, haciendo que las operaciones de miles de empresas por todo lo largo y ancho del mundo, se vieran obligadas a detener operaciones.

Así pues, y a juicio de este analista, una invasión es algo harto difícil de que suceda… a no ser… que le valiera a China el riesgo y el precio a pagar… y el único escenario que se vislumbra en el horizonte es que Taiwán proclamara su independencia formal de China. La ausencia de una respuesta bélica provocaría la pérdida del prestigio chino y manifestaría tanto la inoperancia real de su capacidad de coerción como su compromiso para consigo misma, imposibilitándola de ejercer un dominio más allá de sus propias fronteras como potencia. La independencia taiwanesa formal sí supondría un casus belli porque, incluso EE.UU. ha advertido que no ayudaría a su aliado en caso de que éste tratara de independizarse.

En todo caso, la importancia de este futurible, del éxito o su fracaso dependerá el futuro del mundo.

 

China en América Latina, el estado de la cuestión.

 

Pocas cosas evidencian más la pérdida de influencia de EE.UU.  que el peso cada vez más creciente de China en la región, no obstante, sigan siendo los EE.UU y la U.E. los principales socios comerciales e inversores. El comercio entre China y la región logró un récord histórico el pasado 2023 superando los USD 480.000 millones con un pequeño superávit en favor de los países americanos.

De acuerdo con la Cepal, la mayor parte de las exportaciones de América Latina hacia China se enfocan en seis productos principales (soja, minerales de cobre y hierro, petróleo, cátodos de cobre y carne bovina), los cuales representan en conjunto el 72% del total. Las importaciones desde China se centran en productos industriales y tecnológicos que han afectado severamente a las manufacturas locales. Los principales países exportadores son por este orden Brasil, Chile, Perú, México y Ecuador.

El incremento anual del comercio se atribuye en gran medida a la Nueva Ruta de la Seda, la iniciativa global de inversión china que ha adquirido una relevancia significativa en la región en los últimos años. En la actualidad, 21 países forman parte de esta iniciativa, con diversos convenios firmados, especialmente en el ámbito de la infraestructura.

El litio, conocido como el “oro blanco del siglo XXI”, representa otro interés importante de China en América Latina. Esto se debe a que el llamado triángulo del litio, conformado por Argentina, Bolivia y Chile, alberga entre el 56% y el 68% de este recurso natural a nivel mundial. Además, llama la atención el hecho de que China opere al menos 40 puertos marítimos en países de la región siendo el puerto de Chancay en Perú el primer centro logístico del Pacífico sudamericano.

Pero hay un aspecto del que recela especialmente EE.UU. y es de la probable o potencial presencia de instalaciones de uso militar por parte de China en algunos países. En Argentina entre el 2012 y el 2014 el gobierno kirchnerista además de acuerdos de colaboración autorizó la instalación de unas antenas parabólicas para, en principio, dar seguimiento a las misiones espaciales chinas y desarrollar investigaciones científicas, pero las sospechas de que en realidad, o además, se utilizan para uso militar pesan en el hecho de que en el  acuerdo original celebrado entre ambos países no incluía una prohibición explícita sobre actividades militares.

El 8 de junio de 2023, una investigación del Wall Street Journal alegó que Cuba había autorizado a China a establecer una base de espionaje en la isla, una acusación que Cuba ha negado. La eventual instalación de una base china en la isla caribeña, a unos 200 km de la costa de Florida y cercana a importantes bases militares, indudablemente es vista por Washington como una amenaza sin precedentes.

 

Guatemala ante el futuro de las relaciones con China.

 

En el mundo sólo 12 países tienen relaciones diplomáticas con Taiwán: Guatemala, Belice, Haití, Paraguay, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, de San Vicente y las granadinas, Suazilandia, Ciudad del Vaticano, Islas Marshall, Palaos y Tuvalu. De todos ellos Paraguay y Guatemala son los más importantes.

Aunque Guatemala reconoce a Taiwán como República de China, existen relaciones con la República Popular China, aunque no a nivel diplomático.

Actualmente China es el segundo socio comercial de Guatemala con un (13,6%) y sólo superado por EE.UU. con 33,7% del total. Y las exportaciones de este país van a seguir aumentando con una balanza comercial muy desfavorable para Guatemala.

El 23 de mayo de 2024 saltó la noticia de que China continental retenía unos contenedores con exportaciones guatemaltecas, café y macadamia por un valor total de a aproximadamente USD 30 millones y no permitía su ingreso a las aduanas. Este fue un acto unilateral y sin aviso previo e interrogado el portavoz del Ministerio chino de Exteriores dijo “no estar al tanto” admitiendo a continuación que la relación de Guatemala y Taiwán “no ayuda” e insistiendo en que el gobierno guatemalteco “tome la decisión correcta, y pronto, en beneficio de su pueblo” en relación con las relaciones con Taiwán. Este acto y en el entendido de que China ni es un estado de derecho ni es un estado fiable, sucedió en el marco del contexto diplomático entre Guatemala y Taiwán, la  videollamada entre el presidente Bernardo Arévalo y el presidente electo de Taiwán, así como la asistencia del canciller guatemalteco a su investidura en Taipéi.

 

Que Guatemala no tenga relaciones diplomáticas plenas y no reconozca a la República Popular China se debe tanto a una serie de factores internos como externos. Entre los actores políticos de la derecha, la hostilidad contra un país cuyo gobierno es comunista es manifiesta. Y además, entre ciertos sectores de la diplomacia norteamericana como congresistas republicanos, observan la posición de Guatemala respecto Taiwán como una forma de minimizar su aislamiento diplomático.

A nadie se le escapa de que el hecho de que China se cierre a las exportaciones guatemaltecas va a suponer la pérdida de un inmenso mercado para nuestro país, pérdidas que no podrán ser compensadas por mucha cooperación que despliegue Taiwán, que sí, es muy activa. ¿Puede permitirse Guatemala no diversificar sus mercados? ¿Puede Guatemala en un entorno de creciente hostilidad ceder el mercado más grande y dinámico del mundo a sus competidores? Tampoco a nadie se le escapa que las presiones por parte del gigante asiático van a seguir incrementándose de forma cada vez más agresiva, y Guatemala cada vez estará más sola en su posición.

El eje del mundo se desplazó hacia el Asia -Pacífico donde estamos situados, no se puede soslayar la presencia del gigante, Guatemala reconocerá a la República Popular China como la única China, es cuestión de tiempo, porque geoestratégicamente no podrá seguir pretendiendo ocultar el sol con un dedo. El acierto o fracaso de la decisión se medirá en términos de oportunidad, y la pérdida de ésta, supondría un desastre, sin paliativos para nuestra economía productora y exportadora, porque si algo tiene China, es memoria.