Auge y descenso del wokismo como marxismo cultural, desde Gramsci y la Escuela de Frankfurt hasta la derrota ante Trump.

En el discurso con que Donald Trump asumió su segundo mandato incluía una declaración de intenciones que a nadie pudo extrañar habida cuenta tanto de su ideología como de los intereses que representa: Durante su presidencia solo reconocería dos géneros, hombre y mujer.

 

Esta declaración, por más que obvia -independientemente de los gustos y modos de vida en todo caso respetables de cada quien- rompía con una tendencia cultural, o más bien, con un prisma de la realidad cultural que desde hace por lo menos dos décadas iba imponiendo un relato sobre cada uno de los aspectos sociales, culturales y políticos de occidente, incluidos los del centro derecha y sectores aperturistas de las diferentes iglesias de confesión cristiana en sentido amplio.

 

Y es que en su rotunda victoria electoral, la suma confluente de diversos mensajes de diferente índole, se encontraba la contra reacción de amplios sectores de la ciudadanía norteamericana, que es sí muy conservadora, hastiada, cansada, exasperada de los excesos y ridiculeces que la agenda woke imponía desde la alta política que veía el fin del sentido y la ausencia de un proyecto común en aras de aupar las diferencias personales a categorías identitarias.

A día de hoy, la presencia y el debate sobre el wokismo y sus derivadas, forman parte ya tanto de los aspectos cotidianos de las sociedades occidentales, desde la publicidad a la dialéctica, condicionando cuando no alterando el debate público, planteando una batalla cultural en un mundo en transición en plena postmodernidad. Todos estamos al corriente de las nuevas corrientes, pero… no todos son capaces de dar una definición ideológica o mucho menos bucear en la génesis de estos movimientos dispares y que siempre parecen apuntar a una misma dirección, esto es… la destrucción de los valores civilizatorios occidentales que nos dan identidad y en los que nos hemos visto reflejados a lo largo de los siglos… la familia… la identidad religiosa cristiana, la nación como sentimiento y destino ciudadano… los valores tradicionales que no sólo no son compatibles con la modernidad y al estado de futuro permanente al que nos aboca la revolución de la información sino que, más que nunca, nos sirven de guía y referencia ante los cambios que se viven y se vienen…

 

 

Pero… ¿qué es el wokismo?

 

Woke es un término que se reinventó en EE.UU. hace aproximadamente dos décadas para referirse a aquellos que “han despertado”, que son conscientes de los desequilibrios que sobre todo afectan a las minorías y desde la perspectiva del marxismo cultural. Tras la caída del marxismo político con la disolución de la URSS, la nueva izquierda empezó a adoptar causas y banderas que nunca fueron suyas, como los derechos de LGTBIQ+, el ecologismo fundamentalista, el indigenismo, la neolengua o lenguaje inclusivo y otros que han ido surgiendo y asimilando como el Me too, la cultura de la cancelación, el Black Lives Matter…

 

 

Algunas de estas causas por cierto habían sido combatidas con fiereza desde los postulados marxistas clásicos, y es que si hubo un régimen especialmente cruel con los homosexuales fue el comunismo que los encerraban en campos de concentración… Cómo no recordar el documental francés de 1984 “Conducta impropia” que analiza ese trato dispensado por el castrismo desde la Revolución, y al infame Che Guevara que dirigió el campo de concentración para homosexuales en la península Guanahacabibes y su frase, que por sus reminiscencias y peligrosas similitudes nazis, no produce sino vergüenza “El trabajo os hará hombres”.

 

¿Y sin embargo… ¿Cuál es el origen de todos estos movimientos? ¿Cómo se articuló la transición de una izquierda revolucionaria que fijaba el centro de su acción en la lucha de clases y la dictadura del proletariado, a una izquierda cultural posmoderna woke? ¿Cómo mutó aquel marxismo revolucionario en este marxismo cultural?

 

Hemos de retrotraernos a hace un siglo… en busca de las ideas de ese pasado no demasiado remoto… ideas de entonces que hoy iluminan el presente, o cuando menos una facción de éste, a la Italia de postguerra de la Primera Guerra Mundial… a Antonio Gramsci.

 

Gramsci, fundador del partido comunista italiano fue el primero en teorizar acerca de la hegemonía cultural en el marco de los intereses de clase y el papel transformador de la cultura, …. su marxismo cultural previo a la conquista del poder, mostraba la vía para impulsar la transformación política y social desde dentro de la sociedad: “La conquista del poder cultural, previa a la del poder político, se logra mediante la acción concertada de los intelectuales en todos los medios de comunicación, de expresión y universitarios”

¡Qué serían los Simpson sin Gramsci, sin la mordaz y feroz sátira a las instituciones y normas sociales que mantienen el statu quo perpetuando las desigualdades…!

 

Pero a quienes debemos la dislocación del pensamiento marxista clásico, tendente a la revolución en favor de un marxismo cultural es a los intelectuales de la célebre Escuela de Frankfurt…

 

 

Compuesta por una serie de pensadores e intelectuales de primera fila de inspiración marxista agrupados en torno a al Instituto de Investigación Social de la Universidad Goethe, en la ciudad de Frankfurt, muchos de ellos judíos, durante la década de los años 30 del siglo pasado cuando subió al poder Hitler se exiliaron de Alemania yendo, en su mayoría, a EE.UU. fundamentalmente a la Universidad de Columbia y que puso al servicio de ellos los mejores medios para realizar sus investigaciones…

 

Y si no dejó de ser curioso que siendo marxistas decidieran irse a EE.UU., pudiendo irse a la Unión Soviética en pleno apogeo del estalinismo… resulta aún más curioso… que esas investigaciones tuvieran como objeto de crítica, en la mayor parte de las ocasiones, el rechazo al sistema capitalista y a la sociedad norteamericana que tan bien les había acogido…

 

En Estados unidos, estos pensadores, se dieron cuenta de un hecho muy relevante… y es que las crisis económicas y las propias incoherencias del sistema no solo no acababan con la sociedad capitalista, sino que la propia clase trabajadora, aquella que supuestamente pretendían redimir, lo que justamente anhelaba… no era hacer la revolución sino al contrario escalar socialmente hasta convertirse en clase media. Y una vez perdieron la fe en la clase obrera como sujeto revolucionario, buscaron nuevos elementos de transformación social fuera del económico encontrando en la cultura una conexión en términos de enfoque crítico hacia la sociedad que promoviera un cambio social, buscando sujetos explotados o maltratados por la propia sociedad capitalista y encontrándolos en las minorías… todos aquellos que según la Escuela de Frankfurt eran los expulsados, los proletarios de la sociedad conservadora de valores cristianos occidentales.

 

Y es que todos los movimientos contraculturales desde la posguerra hasta nuestros días, aunque no compartieran orígenes ni objetivos se han visto influenciados por las teorías de esta escuela de pensamiento… Desde la generación Beat, al movimiento Hippie que tan influenciado fue por la obra de Herbert Marcuse “Eros y Civilización” o Mayo del ’68 que convirtió al propio Marcuse en una de las grandes estrellas intelectuales de ese movimiento con su libro “El hombre unidimensional” y hasta el movimiento punk en cierta medida recibió sus influencias…

La caída de la Unión Soviética en 1991 dejó al descubierto no ya las miserias de un régimen que solo se podía mantener merced a la opresión de sus súbditos sino la inoperancia de un sistema global que, en contraposición a las democracias liberales, no sabía dar respuesta a las necesidades de sus ciudadanos… (entendiendo por democracias liberales los sistemas político occidentales del mundo libre…). Desde entonces el marxismo ya solo juega en  el ámbito filosófico, en el cultural adoptando banderas ajenas … y es el cultural, el campo de batalla donde los conservadores y neomarxistas, disputan el relato del futuro inmediato.

 

El wokismo que empezó a tomar fuerza durante la presidencia de Obama en EE.UU., pasó a Europa contaminando y viciando el debate público donde por cierto, las derechas tradicionales, no supieron crear alternativas culturales sólidas que dieran la batalla dejando de este modo el terreno abonado para posiciones de derechas más sólidas como las que hoy representan Vox en España, Meloni en Italia, Alternativa para Alemania, Orban en Hungría o Le Pen en Francia.

 

 

Los demócratas en las pasadas elecciones perdieron porque, entre otras cosas, la izquierda norteamericana se empeñó en dirigirse a grupos sociales particulares y minoritarios que representan agendas rupturistas con la tradición norteamericana y sus valores, en lugar de a la ciudadanía en su conjunto. La izquierda perdió porque puso la identidad por delante de la ciudadanía, y a la postre a la nación como sujeto colectivo. La izquierda perdió porque creía que podía aglutinar a todas las minorías profundamente contradictorias entre sí, contra una mayoría social harta de los excesos que las diferentes agendas wokistas les imponían y que el miedo a Trump vencería sobre la ilusión de un proyecto inspirador capaz de atraer al público fundamentado en valores y compromiso.

 

 

El wokismo y sus agendas perdieron en EE.UU., están en retroceso en Europa y son marginales en Guatemala y América Latina porque desconectaron de la realidad social y trataron de imponer paradigmas ajenos no sólo a nuestra cultura y raíces sino a la lógica de la razón y el sentido común. La izquierda wokista trató de quebrar las sociedades construyendo realidades en nuestros países que sólo habitan en sus mentes y delirios… y ahora que están derrotadas, buscan los culpables en todos los rincones… y ante su fracaso, echan la culpa a Trump y a la derecha conservadora… sin atreverse a mirar y sondear la auténtica y real causa de su verdadero fracaso, que no se encuentra en otro lugar… que en sus propios espejos.