Recientemente Haití ha vuelto a ser una de las noticias de apertura de los noticieros internacionales. La capital, Puerto Príncipe, es víctima de una espiral de violencia inédita e inaudita, cuyas imágenes no dejan a nadie indiferente. El estado ha dejado de existir, el presidente Ariel Henry hubo de renunciar a su cargo hallándose fuera del país, las pandillas delincuenciales controlan amplios sectores de la ciudad capital y lo que queda de la policía se ve inerme, abrumada ante el caos generalizado. Asaltos, enfrentamientos, linchamientos, violaciones e incluso actos de canibalismo… la mayor parte de las embajadas han retirado a todo su personal no esencial y desde Naciones Unidas se hacen urgentes llamamientos a la colaboración internacional… pero ¿cómo pudo llegar Haití a tal estado de degradación política y social? ¿Qué tiene Haití que la convertido en el país más pobre de América y cuyos niveles de desarrollo económico y humano se sitúan entre los más bajos del mundo? ¿Por qué la comunidad internacional mira a otro lado ante la hecatombe humanitaria que se precipita y cual es el grado de responsabilidad de actores internos y externos ante tal despropósito?
Parte I. Haití, una historia turbulenta entre la colonización francesa y la doctrina Monroe.
1. El doloroso nacimiento de una nación.
Haití es una república que ocupa un tercio de la isla de La Española, siendo el otro territorio ocupado por la República Dominicana. La historia de esta isla caribeña comienza cuando fue descubierta por Cristóbal Colón en su primer viaje. El actual Haití tiene su origen en la colonia de Saint Domingue, un territorio cedido por el rey de España a Francia por el tratado de Ryswick en 1697.
La explotación colonial francesa durante los siglos XVII, XVIII y XIX representa uno de los capítulos más sombríos, infames y siniestros en la historia del colonialismo mundial, un sistema brutal que se basaba en la opresión económica, social y política de la población, principalmente esclavos de origen africano. A causa de este sistema, Francia consiguió hacer de esta colonia la más rentable de todas sus posesiones, probablemente la más rica del mundo, el mayor productor mundial de azúcar (y otros cultivos comerciales como el café, el cacao, etc.) el principal origen de sus recursos fiscales.
Las plantaciones en Haití operaban bajo un sistema de plantación esclavista altamente explotable, donde los esclavos eran sometidos a condiciones de trabajo extremadamente duras y extenuantes, siendo objeto de un trato criminal por parte de los propietarios de las plantaciones y sus capataces. La economía de esta colonia francesa estaba totalmente orientada hacia la exportación y la mayoría de los beneficios y riqueza generada eran enviados a la metrópoli.
Tanto los propietarios como los funcionarios coloniales franceses implementaron una serie de políticas represivas diseñadas a mantener a la población esclava en un estado de sumisión total; utilizando al efecto medidas draconianas, se abolían los más elementales derechos de los esclavos y limitaban cualquier forma de organización o resistencia, llevando la violencia a las más altas cotas de inhumanidad posibles.
Se estima que Francia llevó a Saint Domingue desde África un aproximado de un millón de seres humanos, la mayor parte introducidos a través de la Real Compañía de Guinea Francesa de la que el propio rey de Francia era accionista. La expectativa de vida de cada uno de estos desdichados no solía superar los diez años de vida y muchos morían tan solo tres meses después de haberlos desembarcado.
Estas condiciones de vida hicieron que muchos esclavos optaran por tratar de huir de las plantaciones convirtiéndose en negros cimarrones que habitaban montañas y parajes salvajes; viviendo solos o formando pequeños grupos, eran hostigados frecuentemente por partidas de búsqueda y represión. Estos grupos cimarrones, la conciencia infausta del destino esclavo y la identidad común que se creaba a través de la práctica del vudú, a pesar del origen diverso, fueron el germen de la rebelión que estalló el 22 de agosto de 1791 y que dio inicio a la Revolución Haitiana.
Dirigidos en un primer momento por el sacerdote Vudú Boukman, y tras su captura y ejecución, bajo el liderazgo de figuras como Toussaint Louverture, Jean-Jacques Dessalines y Henri Christophe, se produjo un levantamiento masivo de esclavos de plantaciones que destruyeron vidas, infraestructura y haciendas, desencadenando una devastadora ola de asesinatos y vejámenes contra la población blanca francesa, de la que muy pocos lograron huir. La revolución fue duramente reprimida por el ejército francés que envió diversos contingentes de castigo y del que cabe destacar el dirigido el general Charles-Victor-Emmanuel Leclerc, cuñado de Napoleón, pero los insurgentes haitianos demostraron una tenacidad y determinación excepcionales. En 1804, después de años de lucha y sacrificio, Haití proclamó su independencia, convirtiéndose en la primera república negra independiente del mundo y la segunda nación independiente en el continente americano después de los Estados Unidos.
La independencia de Haití tuvo un impacto muy significativo no sólo en las colonias francesas del Caribe sino más allá, pues el abierto desafío al orden establecido de la esclavitud y el colonialismo y la humillante derrota del ejército de una potencia militar, inspiró a otros movimientos emancipatorios a lo largo de los siglos XIX y XX. Además, sentó las bases para el establecimiento de un estado libre y democrático en el Caribe, aunque la historia posterior, por desgracia, estará marcada por la inestabilidad política y la intervención extranjera.
Francia y Estados Unidos bajo la presidencia de Thomas Jefferson, se negaron a reconocer la independencia de Haití sometiendo a la naciente nación a un devastador bloqueo comercial que arruinó la economía y sus expectativas de futuro. Francia a cambio de reconocerla exigió, a pesar del inmenso daño causado al pueblo haitiano, que el país enfrentara una demanda conocida como “La deuda de la independencia”, como compensación por las pérdidas sufridas por los colonos y propietarios de plantaciones durante la Revolución Haitiana y la consiguiente abolición de la esclavitud. El 17 de abril de 1825, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza del rey Carlos X, por la que el país se comprometía a resarcir a Francia con la cantidad de 150 millones de francos oro (más de USD 21.000 millones de hoy), pagadera en cinco cuotas, lo que equivalía a diez veces sus ingresos anuales.
Haití abrumada, obligada por las circunstancias, incapaz de poder pagar tamaña deuda se vio forzada, so pena de bloqueo comercial pues la flota de guerra francesa amenazaba sus puertos constantemente, a contraer créditos de intereses exorbitantes con bancos franceses y norteamericanos. No terminaron de pagar esta deuda hasta 1947, 122 años después constituyendo esto, el ejemplo más paradigmático de explotación económica neocolonial francesa; ya para entonces la pobreza endémica y la inestabilidad económica y política se habían adueñado del pequeño país .
2. Vudú, política y sociedad.
De la misma forma que no se puede entender América Latina sin su pasado barroco virreinal, donde los valores cristiano-occidentales y democráticos vertebran sus sociedades, Haití es imposible de comprender sin el vudú, una práctica cultural y religiosa animista compuesta de tradiciones espirituales, rituales y prácticas comunitarias, que hunde sus raíces en el África Occidental - el antiguo reino de Dahomey (actualmente Benín)-, traída por los esclavos que llevaban a explotar a las plantaciones y que fusiona sincréticamente tradiciones religiosas católicas e influencias culturales francesas.
Sin existir estadísticas fiables, por la ausencia de sondeos demoscópicos oficiales, se estima que más del 85% de la población practica el vudú de una forma u otra, incluso, está constatada su transversalidad interreligiosa, pues creyentes de otras confesiones, católica especialmente, son, además, practicantes del vudú.
La interrelación entre vudú, sociedad y política haitiana es un fenómeno muy complejo que ha influido significativamente en la historia y en su cultura. El vudú trasciende la experiencia religiosa imbricándose en el tejido social, cultural y político del país. Desde el punto de vista de la identidad nacional es un símbolo pues vertebraba religiosamente la lucha por la libertad contra el opresor francés. Las ceremonias vudú y los rituales espirituales sirvieron como formas de expresión de la identidad cultural africana y como medio para fortalecer el espíritu de lucha por la independencia. Asimismo, a lo largo de su historia, algunos líderes políticos han recurrido al vudú para legitimar su autoridad y obtener apoyo popular pues les confería una sensación de legitimidad y conexión con la base de poder, no siendo desdeñable su papel de control social mediante la manipulación de creencias y prácticas religiosas. La profunda influencia que esta práctica tiene en la percepción pública y en la toma de decisiones, es constatable en la frecuencia con que líderes políticos han buscado el consejo de sacerdotes vudú y han tomado en cuenta las predicciones y recomendaciones espirituales en la formulación de políticas y estrategias. Asimismo, y en sentido contrario, el vudú es un elemento central en varios movimientos sociales y luchas por el cambio político pues las organizaciones de resistencia y grupos que abogan por la justicia social y la democratización han incorporado elementos de esta religión en sus prácticas y discursos como una forma de movilizar y unir a la comunidad en torno a causas comunes.
Parte II. Lo que queda de Haití. Presente sin perspectivas
3. Los Duvalier, una dictadura al amparo de EE.UU. y el barón Samedi.
Si el fin de la etapa colonial del Sain Domingue francés fue un periodo de extrema violencia e inestabilidad, el devenir del resto del siglo no lo fue menos. A la catastrófica situación económica que condujo la imposición de la deuda por parte de Francia se sucedió una espiral de inestabilidad política donde el derrocamiento de gobernantes, golpes de Estado, rebeliones, matanzas, luchas de poder entre diferentes facciones políticas y militares, e incluso tensiones raciales entre la mayoría negra y la minoría mulata que se había erigido en la élite social y económica, no eran sino la norma… además de intentos de invasión más o menos exitosos o rotundamente fracasados de la parte oriental de la isla, la República Dominica e intervenciones puntuales de potencias extranjeras con tal o cual pretexto.
A principios del siglo XX, Haití vivía un periodo especialmente complejo en la ya de por sí extremadamente delicada situación habitual, pues a las desestabilizantes dinámicas internas vino a sumarse el factor extranjero. En la primera y segunda década del siglo un grupo de alemanes de apenas pocos cientos llegaron a cuasi monopolizar el comercio del país además de interferir sistemáticamente en las luchas partidarias políticas. Ante esta situación y en plena vigencia de la doctrina Monroe, Estados Unidos alegando la necesidad de proteger los intereses estadounidenses -el Citibank de Nueva York controlaba por adquisición de derechos no sólo el banco central emisor de moneda sino la propia hacienda estatal haitiana- y restaurar el orden, ergo limitar o expulsar a los europeos que competían contra sus intereses, llevó a cabo una invasión el 28 de julio de 1915 desembarcando los marines en Puerto Príncipe, la capital; la ocupación militar se prolongaría hasta 1934. Como dato ilustrativo e inequívoco del interés norteamericano cabe resaltar que lo primero que hicieron las tropas desembarcadas fue asegurar los activos que permanecían en el banco central de Haití trasladándolos al Citibank de Nueva York. Este periodo de ocupación tuvo un impacto muy significativo en la política, la economía y la sociedad haitiana, pues si bien se implementaron algunas reformas administrativas e innegablemente se modernizó la infraestructura, la ocupación también estuvo marcada por una represión brutal, un feroz racismo biológico y cultural, y una miríada de violaciones y delitos de todo tipo, los norteamericanos se comportaron como una fuerza ocupante, que provocaron constantes revueltas.
Tras la salida de los norteamericanos y unas décadas de más inestabilidad política donde las condiciones de vida de la población llegaron a niveles paupérrimos, llegó la dictadura de los Duvalier, quizá el periodo de mayor estabilidad institucional, salvaje represión política e infamia sin par.
En los años 50, actualizada la doctrina Monroe al anticomunismo, cualquier dictador que asumiera este postulado se convertía automáticamente en un aliado privilegiado de Washington y de esta forma, un oscuro pero inteligente médico rural Françoise Duvalier, se convirtió, primero en presidente constitucional y después en presidente vitalicio, corría el año 1957.
La dictadura de Françoise Duvalier, Papa Doc, y luego la de su hijo y sucesor Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, constituye uno de los capítulos más viles, oscuros y criminales que nación alguna haya experimentado en el siglo XX. Al calor de la ola de anticomunismo que se extendía por el Caribe y el mundo, pues la presencia de la Cuba castrista marcaba el paso de la política exterior norteamericana, estos pintorescos personajes establecieron un régimen de corrupción, crimen y vudú que alcanzó unas cotas de ignominia hasta entonces, nunca exploradas.
Tras un intento de golpe de estado, Papa Doc, impuso una férrea dictadura que se asentaba fundamentalmente en tres pilares: la corrupción de las élites mulatas, el Vudú y los tonton macoute.
Si el vudú en cuanto religión y vertebrador social era ya un fenómeno autóctono, asimilado y trasversal al poder, durante el régimen de Papa Doc está unión fue hipostática. Papa Doc hizo de la política una mezcla de populismo y vudú -el mismo era un brujo vudú- haciéndose visible ante las masas como la mismísima reencarnación del barón Samedi, uno de los loa de esta religión, el Señor de los Muertos, la conexión entre éstos y los vivos, adoptando la vestimenta al efecto, presentándose ante sus ciudadanos caracterizado, el dominio que ejercía el terror religioso sobre las masas era total. Para reprimir cualquier conato de mínima disidencia que eventualmente pudiera surgir, se dotó, además de los ignominiosos tonton macoute (literalmente “el tío del macuto” el ropavejero en Guatemala). Inspirados lejanamente por los camisas negras de Mussolini, se creó una milicia afecta al régimen, los Voluntarios para la Seguridad Nacional conocidos popularmente como los tonton macoute y que además eran mandados en diferentes grados por brujos vudú, en particular por el nefando Zacharie Selva, el brujo Bokor, cuyos pretendidos poderes sobre los muertos espantaban a la población. Esta unidad paramilitar que no recibía estipendio alguno por su labor obtenía los recursos del robo y la extorsión más impune, amenazando y sometiendo bajo el terror a la desgraciada población haitiana. Asesinaron a más 150.000 haitianos, casi todos a machete, y torturaron a una infinidad de personas.
A Papa Doc le sucedió su hijo Jean Claude, conocido como Baby Doc, cuando apenas tenía 19 años. Éste, a diferencia de su padre, tenía serias limitaciones intelectuales y estando ya los tonton macoute completamente fuera de cualquier tipo de control, no se le ocurrió nada más brillante que crear otro cuerpo parapolicial, los leopardos, que no sólo se aunaron para reprimir más si cabe a la población, sino que se enfrentaban directamente a los tonton creando en las calles una irrespirable enfermiza espiral de muerte, una orgía de violencia que asimismo se retroalimentaba donde la corrupción y la pobreza, sumieron a lo que quedaba de Haití a su límite más bajo, y el hambre, llegó a lo más alto.
El 7 de febrero de 1986 un golpe de estado y el retiro de la protección estadounidense condujeron a Duvalier al exilio, no obstante, antes se pasó por el banco central para llevarse las reservas de dólares del país, apenas unos exiguos cien millones.
La caída de Baby Doc trajo acarreada la consiguiente matanza, esta vez eran linchados en las calles los miembros de los tonton macoute y los leopardos por igual.